jueves, 5 de marzo de 2015

Cosalá

Casi desde que supe de la existencia del programa de pueblos mágicos de México, mi intención (o sueño guajiro, as you wish) ha sido recorrer todos y cada uno de ellos. Quizá la idea sea poco viable, ya que entre la variedad de dificultades que se le atraviesan a uno en el camino (dinero, dificultad de llegar al lugar, tiempo) está también la irremediable incertidumbre de que no sabemos qué es lo que nos depara el susodicho pueblo mágico. Vamos, en cierta forma es parte de la aventura (el chiste es descubrir, ¿no?). En fin, largarse así de buenas a primeras a un lugar cuya única recomendación es la palabrita “mágico” que los buenos creadores del programa se dignaron ponerle, se ha vuelto de las cosas que me han dado ánimos para viajar.

Al menos para instagramear está bonito
La experiencia no ha sido mala, ya que he conocido lugares que cumplen completamente con el adjetivo “mágico”,  pero la racha no podría ser eterna. Y es así como llegamos a Cosalá.

Cosalá es uno de los tres pueblos mágicos que tiene el estado de Sinaloa. Y como últimamente he viajado bastante seguido por esos lares, decidí convencer a la culpable de esos viajes (a.k.a. Nancy, mejor conocida como mi novia) para ir a alguno de esos pueblos y poder tachar uno más de la lista.

Terminamos eligiendo Cosalá por la cercanía con Culiacán, aunque al final tuvimos unas 3 horas incomodas de viaje en un camión medio destartalado, de esos que hacen paradas cada 5 minutos para subir gente. Gracias a que madrugamos para poder tomar el camión desde la central de Culiacán pudimos hacer todo el recorrido sentados, que si no, hubiéramos recorrido todo de pie, como varios de los muchos que fueron abordando en el camino, hasta llenar el camión cual metrobus de la Ciudad de México en hora pico.

Casitas de colores, cerros, cielo. Otra más pa'l face
Cosalá se encuentra al final de un camino lleno de curvas y más curvas subiendo por la Sierra Madre Occidental hasta llegar a la cima de uno de sus tantos cerros. El pueblo en sí puede decirse que es “pintoresco”: casas pintadas de colores, la vista del pueblo rodeada por montañas, un par de iglesias antiguas aunque nada de que impresionarse, comida buena. Pero nada más. Por lo que pude investigar antes, el pueblo tiene reminiscencias de un pasado minero el cual no vi por ningún lado.
El otro atractivo que uno debe visitar en Cosalá, de acuerdo a todas las páginas web que hablan del tema, es la zona de Vado Hondo, la cual es una zona con arroyos, cascadas y lugares para acampar que se encuentra a unos 20 minutos del pueblo… y que no pudimos conocer. Y aquí empieza mi coraje principal.

Eso es Vado Hondo. Espero regresar algún día para ver si se me quita el coraje. O no.
Creo que es algo que ya he comentado antes. Hay muchos lugares en este país que son prácticamente inaccesibles si uno no tiene automóvil. Y no sólo eso, parece que el estigma de que no tienes carro (o como en mi caso, que uno no sabe manejar) es castigado con los precios altísimos que debes pagar para poder llegar a ciertos lugares. En el caso de Nancy y yo, nos topamos con que para ir a Vado Hondo debíamos pagar $600 por un “taxi”. Eso me lleva a otra de mis ideas: muchos lugares de este país al parecer no soportan la idea del turismo de pareja o de una persona. Parecería que sólo si haces un viaje en bola puedes poder costear algo así como un taxi de 600 pesos. Eso nos dejó entre frustrados y enojados, dándole vueltas a un pueblo que, para acabarla, no tiene ningún lugar dónde chacharear o alguna tiendita donde perder el tiempo. Matamos el tiempo tomando un raspado, sentados en las bancas donde, para rematar la experiencia, las palomas hicieron de las suyas conmigo. De allí fue que el pueblo fuera rebautizado por nosotros como “Pueblo Cagón, Sinaloa”.

En fin, como todo en esta vida, la experiencia personal con Cosalá no fue nada agradable. Pero eso no quiere decir que no haya gente que la haya disfrutado. Quizá nos hizo falta conocer Vado Hondo para poder decir que el lugar es increíble. Quizá sea este otro caso más de mis corajes por que no salen las cosas como yo quiero. En fin, el punto es que ya caí en la cuenta de que no todos los pueblos mágicos son tan mágicos como ellos dicen.

viernes, 20 de febrero de 2015

Tepoztlán

A pesar de que perdió un rato el título de pueblo mágico, Tepoztlán tiene todo para considerarlo como tal. El ex convento, si bien no me volvió loco (El museo del virreinato en Tepozotlán y Santo Domingo en Oaxaca siguen ganando por mucho) si me encantó en sus pasillos iluminados y sus espacios para poder contemplar todos los cerros que enmarcan el pueblo.

Pasillos y arcos. Foto obligada

Tan sólo al llegar uno se da cuenta que se está en un lugar especial. El autobús te deja justo a las afueras del pueblo, por lo que hay que caminar un poco a las orillas para finalmente entrar a la calle que te sumerge en el lugar.

Básicamente hay dos puntos obligados en Tepoztlán: El antes citado Ex convento y la pirámide que se encuentra en la cima del cerro del Tepozteco. Justo al llegar a la plaza principal es momento de tomar decisiones y considerar qué hacer primero. Mi decisión fue entrar al convento y después tomar valor para la subida, la cual, déjenme decirles, no tenía ni idea de cómo estaría y de las sorpresas que me estaría reservando. Así que después de las fotos obligadas y de la caminada (también me topé con un libro que trataba sobre la calle Ámsterdam, pero eso es tema de otro post) me enfilé rumbo a la subida.
   
Algo sabía que la escalada no era fácil. Ya antes había leído que el reto de subir el Tepozteco costaba trabajo, pero no tuve una idea total de lo que esto quería decir justo hasta que me topé con el primer letrero de advertencia. Llevar agua, zapatos cómodos, cerramos a las 5 pm, 45 minutos de camino a buen paso. Mis alarmas se dispararon justo con esas dos últimas cosas, yo empecé a subir a eso de las 2 pm y ya tenía comprado el boleto para regresar a las 5. Haciendo mis cuentas, tenía que hacer la subida lo bastante rápido para poder tener tiempo de ver lo que hubiera allá arriba, bajar, comer y alcanzar el camión. Y los 45 minutos de camino me dio bastante en que pensar.

Algo me dice que la cosa no va a estar taaan fácil.
Y así fue, con un cansancio como hacía mucho no tenía, con las piernas temblando y mentando madres por el último tramo de escaleras (unas escaleras de metal empinadísimas que te ayudan a subir al peñón o lo que sea que fuera eso) al fin pude llegar a la cima (inserte música de Rocky aquí). A pesar de que la pirámide no era nada del otro mundo, la vista desde allí era bastante buena. Al menos eso piensas después de todo el esfuerzo que hiciste, así que estar sentado desde la orilla viendo todo el camino que recorriste es un buen recuerdo qué llevarte a casa.

I win, Tepozteco. I WIN!!
Tepoztlán me gustó. Aunque haya sido un viaje de ida y vuelta el mismo día me dejo una buena sensación y, sobretodo, las ganas de volver a visitarlo.


Como nota final y anécdota chistosa, todas las nieves en Tepoztlán son “Tepoznieves”.